Para eso de las cuatro de la tarde hora local, las calles se encontraban llenas de gente que caminaba en distintas direcciones y con distintos propósitos, pero se mantenía una calma general en el ambiente frío típico de la mitad del otoño. Entre la gran multitud Edmond caminaba apacible y contemplando la ciudad, sentía extraños emociones, se sentía tranquilo y en casa pero no reconocía ningún lugar, por lo que decidió caminar más por la ciudad, aún estaba a tiempo, pues el tren había llegado antes de lo que él creía anticipando su despedida con Marie y dejando una gran tristeza a la que le atribuía sus emociones actuales.
Llevaba consigo dinero de sobra, así que decidió darse un pequeño gusto, entró a una pequeña panadería y compró un dulce de chocolate que disfrutó desde la primera mordida hasta el final, como hacía nunca lo había hecho desde que tenía memoria; se sentó un momento, se había dado cuenta que desde que había llegado, se sentía muy alegre a pesar de haberse separado de su mujer. -Explícame vengativo y cruel creador el porque de no sentir la tristeza que mi corazón esperaba albergar, explícame cuales son los motivos de sentirme en casa en un lugar tan lejano.- pensaba mientras caminaba en dirección a la morgue.
Finalmente se encontró delante de un alto y gris edificio de notoria antigüedad, una construcción del estilo gótico bastante justo con la profesión que a su interior se llevaba a cabo.- Ahora que lo pienso bien, esta debe ser la razón de sentirme tan en paz, la muerte, estar tan cerca de la muerte a la que pertenezco debe ser.- pensaba mientras entraba al lugar. El salón de entrada era frío y la mujer de la recepción tenía una mirada igualmente fría que no cambió ni siquiera cuando el hombre se acerco a hablarle.
-disculpe bella dama estoy aquí en busca de alguien.-
-¿Cual es el nombre del difunto?.- respondió la mujer en un seco rumano sin la más mínima expresión de algún sentimiento.
-No es ningún muerto, sino el director de esta morgüe.- la mujer levantó la vista y clavó en Edward una mirada fiera y desconfiada.
-Así que quiere hablar con el señor Vladimir.-
-Exactamente.- respondió haciendose el desentendido ante la mirada de la mujer.
-El señor Vladimir nunca atiende gente, a menos a que sean amigos.-
-Pue yo soy un amigo de él.-
-Pues entonces pase, está en el tercer piso.-
-Muchas gracias.- el hombre avanzó confiadamente aunque en su mente se preguntaba el por qué de la facilidad con la que logró entrar.
Caminó tranquilamente por las escaleras de piedra, subiendo meditativamente cada peldaño hasta llegar finalmente al piso en cuestión. tocó en la gran puerta de madera de roble barnizado y esperó por la respuesta.
-Pase viejo amigo mío.- dijo una grave y profunda voz, en seguida Edward entró tímidamente a la oficina del hombre que se encontraba parado mirando hacia la calle a través de un gran ventanal en el fondo de la oficina, detrás de un escritorio de madera lleno de grandes libros de distintas materias.
-¿Señor Vladimir?.-
-Por supuesto, acaso no me reconoce amigo mio.-respondió el hombre en notoria burla.
-Bueno, es que está un poco cambiado y no me refiero sólo a su nombre señor Rasputin.-
-muy bien, ya veo que es usted muy directo y noto claramente de que al igual que yo, no pertenece al mundo de los vivos.-
-¿Cómo sabe usted eso?.-
-¿Como sabe usted mi verdadera identidad?.-
-Es usted alguien muy especial señor, por eso mi maestro me envió a hablarle.-
-pues seamos directos nuevamente, soy alguien muy ocupado, ¿que diablos quiere su maestro de mi?.-
-Quiere saber como hace usted para desobedecer a su maestro.-
-Interesante ¿y como diablos se le ocurrió enviarte a ti, sabiendo que puedes utilizar ese secreto para zafarte de él?.-
-No lo sé, creo que si me zafo me matará.-
-Bueno, eso no importa pues no tengo intenciones de decirte nada ni ti ni a tu maestro, así que vete por donde has venido.-
-señor lo siento, pero esa no es siquiera una opción para mi, debo llevar el secreto a mi maestro por las buenas o las malas.- dicho esto se abalanzó contra el hombre que lo eludió fácilmente y que con un simple movimiento de manos frente al rostro de Edward lo devolvió a su forma putrefacta de muerto.
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