El sacerdote se paró de su asiento, un hermoso sillón de madera con unos respaldos acolchados rojos como el vino, mismo vino que tomó de la mesa, otra obra de madera, barnizada, de un estilo clásico, que combinaba perfectamente con el resto de las cosas, el mueble de la esquina, con los libros religiosos a la vista y con los más pagano escondidos, bebió un sorbo de su vino, añejo, regalado por un feligrés agradecido, como muchos otros; este en particular fue un buen regalo, uno de esos que le hacían olvidar su trabajo, sus preocupaciones. Salvar las almas de una comunidad no es un trabajo sencillo, no se trata de lavar la mente de la gente, si no de ayudarles a encontrar la paz, a encontrar a Dios, el gran creador, aunque la paz de quien la entrega esté perdida, él sabe que no puede detener su misión, hay cosas más importantes que llorar por el sufrimiento de uno; se puede llorar por el de los demás y ahí encontrar la paz y a Dios o eso al menos, es lo que el sacerdote quería creer.
Caminó unos pasos hacia el mueble, bajó la copa y la puso sobre un espacio libre de este, miro la botella, en busca de un poco más de la sangre de cristo, pero cristo ya había terminado de desangrarse, resignado, sacó una dorada llave de su bolsillo, abrió un cajón pequeño del mueble, uno de esos cajones a los que nadie excepto él tenía acceso, sacó un libro y cerró el cajón sin poner llave de nuevo, despreocupado, con el libro en su mano, caminó tambaleándose hacia su trono de madera, abrió el libro, del cual sacó una foto con el rostro de una mujer, la miró fijamente, mientras una lágrima rodó por su mejilla, la puso sobre la mesa y comenzó a leer el libro, así paso un rato, entre lagrimas esporádicas y vueltas de hojas. Después de una hora tomó la fotografía y la última lágrima cayó desde sus tristes ojos y rodó por sus viejas y arrugadas mejillas, guardó la fotografía y luego guardó el libro bajo llave, se secó las lagrimas y caminó hacia la puerta, antes de abrirla en su mente se dijo "mi sufrimiento es mi sacrificio para que el mundo te encuentre donde estas realmente señor", abrió la puerta y una sonrisa cálida se marcó en su cara.
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