jueves, 21 de abril de 2011

Una noche más

Un cigarro en el cenicero siendo fumado por el aire que circula tranquilamente por la habitación, la típica taza de café negro como el petroleo, con una aureola en el borde, marcando la división entre el elixir y su blanco recipiente, humeante, espeso, siempre igual todas las noches, el reloj marcando las 10 de la noche, la hora dónde esa habitación cobra vida, libera sus pensamientos, libera su mente como una manada de caballos salvajes, tan sólo él, su cigarro jamás fumado, su taza de café y su libreta en la que escribe lo que su mente libera, cada palabra traduce un pensamiento, cada idea, expresa un deseo, su libertad, cuando desaparecen del mundo todos los que no están en la habitación, sólo con los fantasmas del pasado y el presente.

Se detiene un momento, levanta su cabeza, mira el cuadro que tiene colgado frente a él, un cuadro de casi dos metros de largo; que no entiende, pero lo cautiva, lo fascina, extrañamente, casi desesperadamente, lineas, sólo son lineas se dice, no hay dibujo, sólo lineas y un fondo transparente que deja relucir la madera del fondo, lo que da la impresión de que fuese tan sólo un tatuaje en la pared; luego despierta de su hipnosis, continúa con su trabajo, el mismo de siempre, escribir, descifrar, traducir y liberar su mente, de las presiones, de los amores, de las familias y quedar puro, vacío, libre, vivo.

Pasan las horas, pasan las hojas, pasa la noche, el aire se acaba su cigarro y el hombre se acaba su café, lo único que aún no cambia es el cuadro, permanece inmovil ante el tiempo, él se da cuenta, lo observa, se sumerge en la magia, en la hipnosis, en las lineas, en la no existencia de paisaje, de rostro, de algo conocido, se sumerge en lo abstracto, en lo místico, en lo mágico y de pronto hasta el café desaparece.

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